Un aparcamiento subterráneo, un cubículo bañado por una bombilla parpadeante. El aire apesta a aceite y sudor. El hombre activo, un soldado negro musculoso como un coloso. Su uniforme entreabierto revela su monstruo: una verga negra enorme, veteada y brillante, de 25 cm de longitud, de una potencia bruta. El glande, grande y liso, brilla, sus enormes cojones cuelgan pesadamente, a punto de estallar. El mamador se arrodilla sobre el cemento aceitoso. Sus manos agarran el miembro, demasiado grande para un solo agarre. Lame las venas abultadas, excita el glande, saborea una gota salada. Sus labios entreabiertos engullen la gran polla negra. El activo está disfrutando de verdad. Cada chupada le hace gruñir roncamente, sus abdominales se retuercen de placer. "Eres jodidamente bueno", gruñe, su voz extasiada. El mamador babea, con los ojos llorosos pero desafiantes, la saliva gotea sobre el suelo mugriento. Acelera, sus manos amasan los cojones pesados, sintiendo su calor palpitante. El negro, en trance, agarra la nuca del mamador, follándole la boca a pequeños golpes. "Voy a correrme", gruñe. El mamador redobla sus esfuerzos, su garganta traga hasta el fondo. La gran polla negra explota: un chorro grueso y ardiente entra a chorros en su boca, luego otro, derramándose sobre sus labios. El mamador traga lo que puede, el semen le gotea por la barbilla y salpica el cemento.